Profesionalmente siempre me he sentido muy realizada, por lo que ese no fue el motivo que me llevó a hacer el curso. La cuestión fue personal, la persona más amada por mi, mi hijo, llevaba arrastrando un calvario ya cuatro años, en los cuales había enfermado emocional y físicamente, con el resultado de múltiples intervenciones de todo tipo, médicas, quirúrgicas, psiquiátricas, psicológicas, ingresos varios…y un rosario de valoraciones por varios especialistas y numerosos diagnósticos.
Mi desesperación como madre no tenía límites. Tuve la fortuna de descubrir la PNIE en un seminario en Madrid al que me había invitado un laboratorio, comencé escuchando con los oídos y terminé con el alma.
Cuando acabó, ya entrada la tarde, fui a pedirle que viera a mi hijo. Creí que era el mejor médico que había conocido jamás. Para mí desgracia, o mi suerte, nunca lo sabré, me dijo que no podía aceptar pacientes nuevos porque estaba desbordado. Pero me invitó a aprender lo que el sabía. Me habló del curso. El resto es historia.
En segundo mes del curso describieron todo lo que había pasado con mi hijo, pude identificarlo y en cuanto volví a casa le pauté lo que habían indicado. Os juro que al décimo día de tratamiento ocurrió el milagro. Mi hijo salió a pasear y fue a jugar a baloncesto. Jamás olvidaré ese día. Fue su segundo nacimiento.
Después de cuatro años muerto en vida, y yo con él. Ahora, tres años después, ya vuela!!! Y yo vuelvo a vivir.
Profesionalmente sigo practicando mi especialidad, pero intento aportar lo que puedo de lo que aprendí, con mis pacientes.
Ese curso me devolvió a mi hijo y mi vida. Nadie daba un duro.